Desvarío

Él la besó.

Ella intuía el deseo que le quemaba por dentro y veía acercarse, apresurado, el momento del primer beso. Lo deseaba. Deseaba que aquellos labios bien definidos, masculinos y bellos rozaran los suyos. Deseaba volver a sentir el palpitar interior, la descarga inmediata, que transmiten unos labios rozados con sabiduría, con sensualidad, con deseo. Y sabía que él la deseaba.

Ella no quería confesarse a sí misma que el deseo era recíproco. Tenía una carga demasiado pesada en su corazón como para abandonarse tan rápidamente. No era capaz. Ni quería permitírselo.

Sin embargo, las manos masculinas, suaves, delicadas, sabias, de aquel hombre casi desconocido le acariciaron durante toda la noche, abriendo compuertas olvidadas y liberando sustancias dormidas. La besó, la acarició infinitamente, le atusó el pelo casi sin querer tocarla, como rozando su aura, desvaneciendo nervios, miedos y reparos…Él estaba perdido, también. Ella sentía su abandono y no podía creerlo, de tan bello. Había olvidado que fuese capaz de producir tal desvarío en un hombre, desde que se perdió en aquellas sendas de inseguridad y dolor. Pero ahora, de nuevo, sentía la exaltación del deseo, la fruición del cuerpo que quema y la candidez de un hombre abandonado a su placer, aunque se quedaran aún a las puertas del paraíso, sin entrar, a la espera del permiso.

Se sintió bella, libre, infinita. Absolutamente poderosa y, a la vez, derrotada. Pero era una derrota maravillosa y fácil de aceptar. Y la asumió dejándose llevar.

Aquella noche el abandono fue mutuo y los momentos posteriores, adivinados, se quedaron en el aire, flotando ligeros, tibios y con infinitos colores…Esperando el día en que pudieran liberar de nuevo esa tropilla de caballos desbocados, alazanes furiosos con crines magníficas, corcéles experimentados, adultos y seguros de sí mismos que, sin embargo, habían perdido la dirección con aquella locura de sensaciones y no sabían hacia dónde correr…

Cuando él se marchó, ella soñó despierta con correr junto a él por la orilla de una playa al amanecer, primero al paso, luego al trote, por fin al galope, pero juntos…Y se durmió.

Soñó con mariposas azules que les rodeaban y les rozaban los labios suavemente. Como solo ellos habían sabido hacerlo. Porque habían besado infinidad de labios en sus vidas, pero nunca un beso fue tan antiguo y, a su vez, tan esperado como el primero que él le dio, la noche antes, perdido en sus ojos.

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