Solo un sueño

A J.

Era Navidad.

Por las calles, la algarabía típica de las fechas: gente corriendo de acá para allá, niños saltando y gritando, regalos envueltos en papeles de mil colores, música alegre, coches, coches y más coches….rostros, rostros y más rostros…

Íbamos cogidos de la mano, a paso rápido, esquivando a la gente, como si tuviéramos prisa por llegar a algún sitio. Hablando en voz alta y riendo al mismo tiempo…no podíamos parar de reír. Yo sentía en el centro del pecho una infinita y sublime felicidad que me quemaba y que me provocaba calor y un sopor parecido al del alcohol…Me dejaba casi arrastrar por tus pies veloces, alcanzando el ritmo con los míos, casi saltando…(“soy la Reina de los mares…y ustedes lo van a ver…tiro mi pañuelo al suelo…y lo vuelvo a recoger…”). Me sentía como una niña en su primera Navidad con uso de razón…

Casi sin darnos cuenta, llegamos a los puestos de cachivaches navideños que estaban instalados en la Alameda.

  • “Pero…dónde vamos con tanta prisa…?”, dije yo.
  • “¡Es una sorpresa!”

De improviso, te detuviste en seco y gritaste “¡Hola! ¡Ya estamos aquí!”.

Toda tu familia empezó a saludarnos y una madeja colorida de caras, manos, besos y abrazos se tejió sola, sin agujas, envolviéndonos a todos alegremente. Yo sentía que me ardía la cara de vergüenza, de esa vergüenza infantil de la sorpresa, del recato, de la ilusión. Porque, ciertamente, esa sorpresa no me la esperaba. Como tampoco esperaba lo que sentí al recibirla: un calor de hogar que se instaló inmediatamente en mi pecho y que me traicionó haciendo aflorar lágrimas a mis ojos (“¡¡no, no, ahora no, por favor!!”)…

Secuencia sucesiva…mismo ambiente navideño, pero ahora estamos en una calle con luz tenue, pequeña y estrecha, en el centro. Hace mucho frío, caminamos abrazados. De repente, te detienes y me abrazas con fuerza, luego sosteniendo mi rostro entre tus manos. Nos miramos a los ojos lo que parece una eternidad, diciéndonos mil cosas sin hablar…Y me besas, me besas profundamente, como si te fuese la vida en ello, como si no fueses a besarme nunca más…Yo me rindo a los sentimientos, a esos que he reprimido pero que gritan por escapar…me rindo a las sensaciones: a la pasión, a la ternura, al desvarío, a la intensidad más absoluta, a lo que tanto tiempo, ¡tanto!, llevaba deseando…al amor.

La noche termina allí, en aquella calle, bajo la luz de aquella farola; allí termina y empieza todo…Con nosotros. Nosotros que no nos habíamos alcanzado a conocer antes de ahora, pero que nos conocíamos desde hacía siglos. Nosotros, que ahora no somos capaces de separarnos el uno del cuerpo del otro. Nosotros, que nos sonreímos sin descanso y que, de vez en cuando, miramos al cielo diciendo “¡Gracias!” a esos dioses en los que creemos y que estamos convencidos que han tenido mucho que ver en esta maravillosa concomitancia…Nosotros, que ya formamos parte del infinito…

Deja un comentario