Ahora traes la lluvia

A D.

Dormían.

Estaban dormidas, todas estas sensaciones. Aletargadas, como un animal que hiberna.

Escondidas tras la neblina de la desilusión, tras la oscuridad, tras el ocaso.

Y, de pronto, amanece. Y tienes miedo de que tus ojos se cieguen de tanta luz. Temes salir del zulo a la libertad. Te atenaza la angustia de saberte libre, porque estás desprotegido, desnudo, vulnerable. Porque la pureza te ha invadido, y no estás habituado a tanta magnificiencia…

Se acrecentan, en sutil pero segura escalada, las sensaciones, día a día, hora a hora, minuto a minuto. Desde una indiferencia divertida al principio, hasta esta sensación de hoy…¿Sensación? ¿O ya se ha tornado sentimiento?

Dulce temblor de manos, los ojos entornados, los latidos multiplicados…El pensamiento recurrente. Una sucesión de imágenes con nombre proprio…

Tras la primera vez que sus bocas se unen, ella se empeña en revivir sus caricias y el recorrido de sus dedos y de sus labios. Desde la primera vez que él le coge la mano y comienza a acariciarla. Una caricia dulce, pero intensa, que se demora en cada centímetro, como calibrando la piel, como memorizando cada poro. Es el ciego que lee a través de sus manos…

Canta Ismael Serrano:

“Ahora traes la lluvia y aunque ya no tenga edad

Me desvisto en la tormenta, grito tu nombre en la calle

Ahora que te encuentro, todo se vuelve verdad

Se derrumban los palacios y traes verde a sus solares.

 

Haces que este otoño ilumine mis mañanas

Y haga callar al reloj del vientre del cocodrilo

Traes un corazón para cada hombre de hojalata

Ahora cambias mis razones y me vistes de domingo.”

Ella sonríe. Él la mira. Ambos buscan dentro de la mirada del otro. Se saben aturdidos. Se deleitan, se abandonan. Buscan en el aura del otro la puerta por la que entrar…para poder quedarse. Las manos se unen sin buscarlo. Han emprendido un camino de una sola dirección. Ese camino que ambos creían desaparecido, por el que pensaban que nunca más volverían a caminar.

Y, sin embargo, de pronto… amanece.

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El beso. Auguste Rodin.

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