Himno a la alegría

Hay días grises, en los que no ves la luz ni pretendes verla, en los que nada ni nadie puede hacerte sentir que algo vale la pena.

Hay días anodinos, en los que no eres capaz de sentir nada, invadido por la abulia, por la indiferencia vital, por la desgana más absoluta.

Hay días aciagos, en los que sientes que no deberías seguir existiendo, que algo malo – muy malo – debes de haber hecho en esta vida o en otra para tener que vivir lo que ahora vives.

Pero hay días de esperanza, en los que el sol se asoma tenue a la ventana y a tus ojos, y quizás hasta a tu ánimo, para intentar hacerte ver que sí, que quedan cosas por vivir y que muchas de ellas merece la pena vivirlas.

Y también hay días dulces, en los que sientes que todo lo bueno está por venir, que lo malo quedó atrás, que la tristeza se desvanece y que el camino por andar es bueno, largo y placentero.

Y luego hay días maravillosos, en los que te invade la certeza de que todo está bien, en los que eres capaz de gritar a pleno pulmón que amas a la vida, a tí mismo y a los demás, en los que la mirada de la persona a la que amas se convierte en todo tu universo, en los que sus manos son el refugio y sus labios tu maná, en los que tienes la fuerza del rayo y la serenidad de una fuente cristalina y en los que sabes que eres capaz de cualquier cosa, porque en tu corazón no puede caber más amor. Amor por tí, por los demás, por todas las cosas del mundo.

Y hoy es uno de estos días. Y por eso canto.

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