Primer día de colegio

El final del verano era toda una fiesta para mí.

Nada de tristeza, de nostalgia por el ocio continuo que terminaba, por la cercanía del otoño. Porque ahí estaba mi tan ansiada vuelta al colegio, con todo lo que conllevaba: la peregrinación anual a la sempiterna librería donde encargábamos los libros y hacíamos colas de horas en las tardes de finales de agosto, buscando la sombra de la esquina de la calle, mientras las madres y los niños entraban por turnos y eran atendidos por un ejército de dependientes parapetados, asustados casi, detrás del mostrador, gritando a viva voz los nombres de los colegios, los cursos y los libros que encargaban…el preparar la nueva mochila con todas las cosas nuevas, ordenar los materiales, ponerles nombres y pegatinas coloridas…El olor a nuevo de los libros, la ilusión al hojearlos, el pensar en todo lo nuevo que iba a aprender ese año…El reencuentro con mis amigos, el preguntarse quién vendría nuevo al cole ese curso, qué profe nos daría cada asignatura («uf, ese para Educación Física no, que es muy serio y me hace correr mucho»…»ojalá que me dé Lengua este»…), la duda sobre las excursiones…la urgencia de buscar una camiseta nueva para el primer día, gomillas nuevas para el pelo, zapatillas nuevas, pulseras nuevas…

Recordando aquellos días maravillosos del final de cada verano tomo conciencia de cuánto cambia la vida de cuando eres niño a cuando viajas a esa edad absurda y desalmada que es la edad adulta. Y me pregunto dónde quedó aquella capacidad inaudita de ilusionarme por cualquier cosa nimia, convirtiendo mis días en un revoloteo constante de mariposas en el estómago. Aquellos días en los que lo que más me preocupaba en la vida era si el niño de los ojos azul imposible, que se sentaba dos pupitres más allá, volvería este año a estar cerca de mí en clase, a pedirme los apuntes y a invitarme a merendar en su casa – no desinteresadamente, eso sí, sino para asegurarse el Sobresaliente en Lengua y Literatura, que se daba por descontado si se estudiaba conmigo…O – preocupación supina – si ese año sería capaz de sacar todo Sobresaliente o me quedaría con algún Notable… O si en el Club de Patinaje me pondrían en la primera fila o en la segunda para empezar las carreras a la pista…O si me embarraría las zapatillas nuevas, esas tan bonitas llenas de corazones y caritas sonrientes, si llovía y subía por el camino de tierra hasta el colegio…

Han pasado los años, demasiado deprisa, y ahora me encuentro en el rol que ejercía mi madre aquellos años. Y, por inercia, y por respeto a su recuerdo, y por amor, sobre todo por amor, me veo inmersa en la vorágine de los preparativos, de las carreras por que todo esté a punto y no falte un detalle – mi vocación eterna de eterna detallista – e ilusionada con la vuelta al cole…Corriendo, nerviosa, cansada, saturada, pero feliz, ¡feliz!, haciéndolo todo para que el primer día de colegio de mis hijos sea tan especial como lo era para mí….un segundo día de Reyes, una cita anual con la esperanza, con la alegría, con la ilusión de lo desconocido, con la sonrisa perenne…

Esta mañana, frente a la entrada del colegio, se me han saltado las lágrimas viendo la preciosa sonrisa de mi hijo mayor y sus ojillos escrutando el camino que tenía delante, el patio que cruzar para llegar a su nueva clase…Y también se me han saltado cuando mi hijo pequeño se ha agarrado a mi vestido y me ha mirado con ojitos descorazonados, como diciendo «Mami, ¿tengo que ir?»…Y al final se ha soltado y ha emprendido el camino a su nueva aventura, con sus tiernos seis años…

Me niego a dejar de ilusionarme por las cosas pequeñas. Rehúso desplazar de mi vida a la ilusión y a la esperanza. Me confieso una luchadora soñadora. O una soñadora luchadora…Pero nunca consentiré que el desánimo, la desilusión, el hastío o la tristeza me invadan hasta tal punto de dejar de disfrutar de algo tan maravilloso como el olor de los libros nuevos, el trazo de una pluma, unas letras escritas en recuerdo de un amor, una palabra dicha cuando te acuerdas de alguien a quien tienes lejos…Ya que esto es lo que me mantiene viva y me hace ser como soy. Y me hace llorar cuando veo la sonrisa de mi hijo en la entrada del colegio. Ojalá supiera inculcarle la fuerza para no perder nunca la ilusión de este primer día, por ninguna razón. Así es la vida para mí.